sábado, 21 de mayo de 2011

No hay libertad sin identidad

No creo que sea cuestión de inteligencia. La mayoría de los países mas ricos están poblados por gente sin formación en economía, que son analfabetos funcionales, pero en su memoria reverberan una serie de errores que sus antepasados cometieron y que no van a permitir que vuelvan a ocurrir de ninguna manera y también una lista de éxitos a los que se aferran. Las racionalizaciones vienen después: Ni Locke ni Smith inventaron el sistema parlamentario ni el capitalismo. Fueron los analfabetos ingleses que después de despedazarse llegaron unos equilibrios. Ellos solo tomaron nota.

Los conocimientos de la gente de antes eran prácticos. El idiota moderno sabe un monton de Java y fisica atomica y puede que de catedrales, pero vive en la idea de que la multiculturalidad es buena. El paleto de antes no sabe nada de eso, pero sabe, quizá de una forma exagerada y preventiva, que un moro nunca puede ser bueno, no porque conozca al detalle la historia, sino porque ese es el poso que la historia ha dejado en su tradición. Ni que decir tiene que eso es fundamental para no repetir errores y mantenerse mas o menos libres.


Si es cierto esto, cualquier intento de reescribir la historia y la identidad de la gente o es la marca de nacimiento de todos los totalitarismos.


Y esas cosas se aprenden con las tripas, no con el cerebro (o para ser exactos, no con la corteza cerebral). Aquí tenemos algunos errores valiosos, uno es la guerra civil, que hace de este uno de los pueblos mas pacíficos del mundo a partir de los años 50, a costa de ser uno de los mas ovejunos. Yo no soy nada partidario de las revoluciones, pero cada vez me convence mas la idea de que el no haber tomado las armas para cargarse la clase dirigente es un problema que arrastramos, porque aquí la clase dirigente se siente con impunidad para hacer lo que les de la gana. En la guerra de la independencia fue el pueblo contra los franceses, no contra su clase dirigente, por que la experiencia no vale para tener una clase dirigente temerosa de la ira del pueblo. un temor que hace que los políticos dimitan, que los jueces sean implacables con los politicos y no conspiren juntos para formar una elite que oprima al pueblo. En definitiva, no tenemos la experiencia histórica de que es realmente el pueblo el que manda, independientemente de que esté escrito o no en un papel.

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